miércoles, 16 de septiembre de 2015

LA EMPERATRIZ TEODORA, UNA VIDA APASIONANTE.


La emperatriz Teodora y su séquito, hacía 547 d.C. Ravena, Basilica di San Vitale.

Se quiera o no, hay que alzar la vista hacia Teodora, porque su retrato se encuentra en un mosaico situado muy por encima de la cabeza de los observadores. El lugar: la iglesia de San Vitale, en Ravena. Desde la otra pared, la mirada de su esposo Justiniano, emperador del Imperio bizantino, se pierde más allá de los visitantes. Teodora lleva también las insignias del poder claramente visibles: la diadema triple de piedras preciosas con largas sartas de perlas, la toca enjoyada y, sobre los hombros, el manto de púrpura. 

La emperatriz no está alineada con su séquito, y su silueta es la única que no tiene ninguna otra superpuesta. Va por delante de sus acompañantes, encabezando una procesión que transporta un cáliz hacia la iglesia. Un funcionario sujeta la cortina de la puerta y la oscura oquedad contrasta con la claridad dorada de la escena al aire libre. La comitiva se destaca sobre un fondo verde; de una fuente brota agua, y sobre las damas cuelga un toldo de ricos colores. La emperatriz está bajo un baldaquino apoyado en columnas de piedra. Aunque según la tradición Teodora era pequeña, aquí sobrepasa a sus cortesanos debido a su posición en primer plano y a su alto tocado. De esta manera lo prescribían las reglas del protocolo a los artistas que realizaron el mosaico a mediados del siglo VI.

Las imágenes del emperador cumplían en Ravena una función política: daban fe de la presencia del soberano en una ciudad que acababa de ser reconquistada para el Imperio. Se situaban en la iglesia porque el emperador de Bizancio era considerado jefe religioso y vicario de Cristo en la tierra. Por eso reluce el nimbo dorado tras la cabeza de Teodora, como reflejo de la luz divina. Se la iguala así a los santos y a los apóstoles, un ascenso considerable para la guardiana de los osos, hija del barrio del Hipódromo de Constantinopla.

Los eunucos ayudan a gobernar

Hacer carrera rápidamente no era algo extraordinario en la dinámica sociedad bizantina. El hombre de confianza de la emperatriz, Narsés -probablemente también retratado en el mosaico-, nació en Armenia en el año 480 en una familia de esclavos. Hombre sin formación, "flaco y débil a juzgar por las apariencias", se abrió camino gracias a su arrojo y a su competencia técnica, que puso de manifiesto en instancias tanto políticas como militares. Los amos podían confiar en él. Por exigencias de la etiqueta, Narsés está representado en una actitud humilde, con las dos manos escondidas en el manto, ya que a los señores divinos no les está permitido acercarse a las "manos impuras". Los dos hombres representados en el mosaico llevan la indumentaria de los dignatarios bizantinos, el uniforme de la administración civil, organizada militarmente. El llamado "cinturón de dignatario", que se llevaba sobre la túnica blanca corta, queda casi tapado por el largo manto sujeto en el hombro derecho. El rango lo determinan el color del manto y el trozo de tela cuadrado cosido sobre este, que se llamaba tablion. El del emperador era de oro, y el de Narsés, de valiosa púrpura, reservada al más elevado de los siete dignatarios. 

Incluso los zapatos blancos y negros forman parte del uniforme. Constituían una porción del salario y los entregaba el emperador en persona junto con el certificado de nombramiento. Muchos de los dignatarios tenían que pasar por una escuela de leyes y aprobar difíciles exámenes; otros, como Narsés, llegaban al cargo por la práctica. Los padres que deseaban facilitar a sus hijos el ascenso a las más altas instancias, los hacían castrar muy pronto, ya que los eunucos y los sacerdotes no podían llegar a ser emperadores en el Imperio bizantino, y, por lo tanto, no suponían una amenaza para el soberano. Narsés también era eunuco. Los emperadores bizantinos llevaban una vida llena de riesgos a pesar de, o precisamente por, su poder ilimitado. Temían la presencia de posibles rivales en las altas esferas, porque podían surgir en cualquier momento intrigas en la corte, complots militares o rebeliones populares.




En teoría, el emperador era elegido directamente por el pueblo, pero en la práctica tomaba la decisión un pequeño grupo del ejército. Justiniano, por ejemplo, a finales del siglo V, era hijo de unos campesinos de un pueblo de Tracia, pero su tío, un soldado diligente, fue inesperadamente proclamado emperador por las tropas y Justiniano lo acompañó a la capital, Constantinopla, donde recibió una educación excelente y no tardó en convertirse en el brazo derecho del soberano. Estaba pues en condiciones de asegurarse el trono, y en el año 527, a la muerte de su tío, Justiniano pasó a ser el sucesor de César y Augusto, es decir, señor absoluto de un imperio que seguía llamándose romano, a pesar de que hacía ya dos siglos que no se gobernaba desde las orillas del Tíber, sino desde el Bósforo. El primer emperador romano cristiano, Constantino, estableció allí la capital del Imperio. Antes de recibir el nombre de Constantinopla, la ciudad se llamaba Bizancio. Justiniano heredó un territorio inmenso a lo largo del litoral oriental del Mediterráneo, unido tan solo por la religión cristiana y por la persona del emperador. 

Las regiones occidentales del antiguo Imperio romano habían caído en manos de los pueblos germánicos. Cuando Justiniano accedió al poder, en Roma y Ravena reinaban los ostrogodos. El emperador se impuso como la misión de su vida la restauración de las antiguas fronteras del Imperio romano y triunfo en su empeño, pero dos de las regiones conquistadas por sus generales, Italia y el norte de África, volvieron a perderse tras su muerte. En cambio, el Imperio no cayó hasta 1453. 

Una mujer sostiene a su marido.

La única imagen conocida de la emperatriz Teodora es esta de Ravena, con los ojos oscuros excesivamente grandes y la cara estrecha. La emperatriz, que ya no era joven, debía de tener por entonces unos 50 años (no se conoce la fecha de su nacimiento). Murió en el año 548, casi al mismo tiempo en que se inauguraba la iglesia en la que se halla retratada. La imagen se realizó a partir de un modelo de Constantinopla, ya que Teodora nunca estuvo en Ravena. 

Los rasgos de Teodora muestran el deterioro ocasionado tal vez por una enfermedad, o tal vez por al dureza de gobernar en unos en unos tiempos que resultaron especialmente difíciles. Hasta el año 540 se propagó por el Imperio bizantino una epidemia de peste que diezmo la población y arruinó la economía. Cuando el mismo Justiniano contrajo la enfermedad, toda la responsabilidad recayó sobre Teodora. La emperatriz, que parecía controlar la situación, impidió posibles complots subversivos y se ocupó la administración del Imperio y de las campañas militares, ante la insatisfacción de los generales. Alcanzó la cumbre de su poder y gobernó durante meses como señora absoluta de un estado patriarcal que solía relegar a las mujeres a las tareas consideradas propias de su sexo. Tenía experiencia en los asuntos de gobierno porque Justiniano la había dejado participar en ellos desde el principio, pese a que ello no se ajustaba ni a la tradición ni a la Constitución. Pero Justiniano deseaba compartirlo todo con la mujer a la que adoró durante toda su vida. La llamaba “el más dulce encanto”, y también por el significado griego de su nombre, “don de los dioses”.

Cuando se enamoró perdidamente de una mujer de 20 años, Justiniano era ya el asesor del emperador y aspirante al trono. Teodora, sin embargo, pertenecía a la clase baja. Actuaba desde muy joven en espectáculos de variedades. Aunque no sabía ni cantar ni bailar, tenía un gran éxito con sus destapes humorísticos. Parodiando a Leda, salía a escena con un ganso que debía ir picando, mientras ella se movía sensualmente, los granos escondidos entre sus muslos "Era de esa clase de chicas -relata Procopio, el coetáneo por el que sabemos todo esto- que regocijaba al público y que le arrancaba grandes risotadas al levantarse la falda". Con mayor claridad aún se expresa el obispo de Éfeso: "Teodora venía de un burdel".

Nadie, ni siquiera la Iglesia, puso objeciones cuando el favorito del emperador se enamoró hasta tal punto de esa muchacha que decidió hacerla su esposa. Teodora, fue coronada junto a Justiniano y, desde ese momento, ni siquiera sus más feroces enemigos -y Procopio era uno de ellos pudieron reprocharle ni la menor ligereza. Desempeñó su nuevo papel con dignidad, pero sin olvidar sus anteriores experiencias, tal como demuestra un edicto contra la prostitución decretado por ella. De su dura vida en el Hipódromo, el desprestigiado barrio del placer de la capital, extrajo su sentido de la realidad y su fuerza de voluntad.

En el año 432, cuando durante una revuelta popular se quemaron barrios enteros de la ciudad y se sitió el palacio, el emperador y sus asesores consideraron la posibilidad de exiliarse por mar. Teodora, que era la única mujer, aconsejó a los hombres que lucharan y que se negaran a huir, "No quiero dejar nunca la púrpura -declaró-, ni llegar a ver el día en que los que me encuentren no la llamen emperatriz. La púrpura es un buen sudario". Guiados por su consejo, los generales de Justiniano sofocaron los levantamientos. Dieciséis años más tarde, Teodora se llevó a la tumba su manto de purpura.



Intrigas en el santo palacio

Estas dos damas no se han podido identificar con seguridad, pero mientras que las cinco acompañantes del fondo están representados siguiendo un mismo patrón, las dos más cercanas a la emperatriz presentan rasgos peculiares: la mayor, de pómulos saliente, podría ser Antonina, mayordoma de palacio y esposa del renombrado general Belisario, mientras que la más joven, de rasgos parecidos, quizá sea su hija Joanina




A la emperatriz y a Antonina las unía un pasado agitado sobre los escenarios, y las dos pasaban por hacer gala de una fuerte personalidad, gracias a la cual ejercían una gran influencia sobre sus maridos. Dicha influencia, muchos de sus coetáneos solo se la explicaban como el resultado de los efectos de una pócima mágica. El general Belisario, por ejemplo, parecía estar completamente a merced de su mujer, no podía separarse de ella ni en el campo de batalla, y cerraba los ojos una y otra vez ante sus numerosas aventuras extramatrimoniales. Teodora protegía a su amiga a pesar de su escandaloso estilo de vida, pero no solo por pura amistad. A través de Antonina conseguía tener controlado también al popular general Belisario, que podía convertirse en un rival peligroso para Justiniano. Además, Antonina le resultaba útil en muchas intrigas. En los "suntuosos aposentos del santo palacio", bien informadas por el servicio secreto organizado por Narsés, las dos amigas tramaban la política de la emperatriz y la eliminación de todos aquellos que se interponían en sus propósitos. Antonina, por ejemplo, tendió una trampa a un todopoderoso ministro de Hacienda que había osada calumniar a la emperatriz ante Justiniano: después de haber ocultado en una estancia algunos a algunos testigos de confianza, hizo admitir al desprevenido individuo que tenía ambiciones al trono, y de este modo quedó sellado su destino.

La misma Antonina llevó a cabo en el año 537 los planes de Teodora en Italia, adonde había acompañado a su marido. Por orden de la emperatriz que tan lejos se hallaba, convenció al vacilante Belisario para que destituyera al recién elegido papa Silverio, a quien sustituyó a la fuerza por un favorito de Teodora. Al parecer, un sirviente de Antonina asesinó a Silverio en el destierro por orden de Teodora, al menos, así lo asegura Procopio, el secretario de Belisario que odiaba a Teodora, y también algunos autores descontentos con su política religiosa. 

La emperatriz apoyó durante toda su vida a la secta cristiana de los monofisitas, cuyos seguidores vivían principalmente en Egipto y Siria. Incluso llegó a esconder a un obispo de esta secta perseguida en los aposentos de palacio reservado a las mujeres. Los monofisitas creían que Cristo tenía una solo naturaleza, divina, y no una naturaleza humana y otra divina como postulaban los ortodoxos. Estos cristianos eran perseguidos como herejes, incluido el prelado encubierto por la emperatriz. El objetivo de Teodora, consentido por Justiniano, era colocar a la cabeza de la Iglesia a un papa que simpatizara con sus protegidos. Y para conseguirlo ella consideraba legítimos todos los medios. Cuando el pontífice impuesto por Belisario dejó de responder a sus expectativas, Teodora lo hizo secuestrar y trasladar a Constantinopla para poder presionarlo. Al parecer, alcanzó su objetivo poco antes de su muerte: el papa cedió y los monofisitas fueron rehabilitados. Estos ensalzaban a la emperatriz como la "enviada de Dios para proteger a los perseguidos de los peligros de la tormenta". A la larga, sin embargo, vencieron los ortodoxos. Y fueron ellos quienes escribieron la historia, en la que Teodora sale muy mal parada.

La seda como símbolo de categoría social.

En el ribete del largo manto de Teodora, sobre el vestido blando cubierto de pedrería, aparecen, bordados en otro, los tres Reyes Magos entregando sus ofrendas. El detalle está realizado con minuciosidad a base de teselas vidriadas de colores y formas diferentes. Para los dos retratos de los emperador que hay en San Vitale se utilizaron 322.560 teselas, muchas de ellas de oro. Su resplandor ha perdurado durante más de un milenio y todavía siguen reflejando la luz desde su irregular base de argamasa.




No se conoce ni a los maestros que diseñaron esta obra ni a los que la realizaron, puesto que los mosaicos no se firmaban. Podrían ser naturales de Italia. donde la tradición romana todavía estaba muy presente, o de Constantinopla. En la ciudad del Bósforo había muchos artistas excepcionales, y durante toda la Edad Media se produjeron en ella bienes de lujo destinados a Europa: marfiles, joyas y, sobre todo, preciosos tejidos. El sector textil, el más importante de la economía, adquirió unas dimensiones casi industriales. Pero el "taller de la pompa" que era Bizancio no trabajaba solo para la exportación (minuciosamente controlada en las aduanas), sino sobre todo para la corte imperial: la ostentación de riqueza era una política buscada. 

"Mediante la belleza de las ceremonias  -enfatiza un funcionario del protocolo bizantino-, la autoridad imperial parece más absoluta e inmensa, e impresiona tanto a los extranjeros como a los súbditos del Imperio." El soberano se consideraba el representante de Dios en la tierra. Un poeta de la época relata cómo algunos bárbaros recibidos en audiencia, al traspasar el umbral del palacio, creían hallarse en el cielo debido a tanto resplandor. 

La etiqueta, que al tiempo que destacaba al emperador entre el resto de los hombres lo defendía de ellos, prescribía asimismo la vestimenta adecuada. Ciertos tonos de color estaban reservados exclusivamente para la familia imperial. A la persona no autorizada que se atreviera a utilizarlos en su acicalamiento personal le esperaba la pena de muerte. La "verdadera púrpura" de Tiro, extraída de una especie de caracoles marinos, se reservaba especialmente para confeccionar la indumentaria imperial. Sus matices iban desde el escarlata hasta el valioso amatista lila-marrón que tiñe la seda del manto de Teodora. El hecho de que la mujer situada junto a ella lleve un tono parecido al suyo denota su situación privilegiada. Antonina y otras cortesanas se cubren la cabeza con esclavinas blancas estampadas, según la moda oriental de la época. Todas recibían sus ricos ropajes en determinadas festividades de manos de la emperatriz, ya que los tejidos de seda eran un monopolio estatal. 

La seda llegaba en caravanas procedentes de la lejana China a través de Persia, durante cuya travesía en cualquier momento los caminos podían verse bloqueados. Después de la muerte de Teodora, astutos monjes bizantinos consiguieron pasar de contrabando orugas del gusano de seda introducidas en bastones huecos. Y también Bizancio guardó el secreto de la seda, que siguió siendo un símbolo de categoría social. El motivo de los Reyes Magos bordado en seda aparece en otro mosaico de Ravena, en este caso en la iglesia de Sant´Apollinare Nuovo. En él se puede apreciar lo que en el de San Vitale solo se intuye, que los reyes de la Biblia no tienen derecho a la púrpura y que tampoco le corresponden las aureolas, y en cambio a Teodora sí. 


Rose-Marie & Rainer Hagen, Los secretos de las obras de arte. 100 obras maestras en detalle. Taschen.










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